de madrugada

estrasburgo
Las 6 de la mañana, me despierto en un tren parado. Todo lo que se ve por la ventanilla es blancura, una espesa niebla que lo cubre todo. Cuando me quede dormido estaba en Alemania tratando de llegar a Francia. Tantos días de viaje, tantos trenes que me han llevado, no se ni donde estoy, y el echo de que este medio dormido no ayuda a quitar esa sensación de desorientación.

La gente a mi alrededor, entre bostezos, recoge su equipaje. Todo el mundo con cara somnolienta y en silencio esta bajando del tren. Parece que esta es la última parada de este tren. Yo también desciendo del tren, me ajusto la mochila, y me preparo para ver que me depara esta nueva parada.

Al salir al exterior el frío glaciar aleja la somnolencia de mi, pero la niebla persistente ayuda a que la confusión permanezca. Esto parece seguir siendo Alemania. Casas de dos o tres pisos, con las vigas de madera a la vista y salientes que, en las estrechas calles, hacen difícil ver el cielo. Bares con buena cerveza. Carnicerías con salchichas. Las panaderías tienen cruasanes y otras muchas delicias francesas mezcladas con los típicos bollos y panes bábaros.

Estoy en Estrasburgo, una ciudad en la frontera entre Francia y Alemania, en la que me encuentro con una mezcla de las dos culturas. Pasear por el centro es agradable, un enjambre de calles estrechas circundadas por un río Rin.

Pero no me puedo quedar mucho aquí, mi objetivo era ir a Lyon, donde tengo amigos esperándome. Así que de vuelta en la estación tras un par de horas de paseo me monto en un tren para continuar mi viaje.